A raíz de la carta de Ignacio
Blanco Urizar, la última de la campaña asturfóbica de
La Nueva España, creo pertinente señalar varias de las falacias que
se vienen repitiendo para encaminar el debate hacia los lugares oportunos, que
de manera torpe se tratan de esconder.
El asturiano,
les guste o no, es una lengua. Y parece ser que salvo en parte de Asturias y de
España, todo el mundo (la UNESCO, los principales romanistas de las
universidades, etc.) lo saben. Negar esa categoría, constituye, cuando no una
ignorancia, una falacia, encaminada directamente a negar a sus hablantes los
derechos que les asisten (reconocidos por la Carta de los Derechos Universales
y la Carta de los Derechos Lingüísticos, ratificada esta última por el Congreso
de los Diputados, el 18-IX-96).
En contra de
lo que se opina, el castellano sí es, pese a sus bondades imperiosas, una
lengua impuesta. Lo es desde que es oficial; desde que se da en la enseñanza de
manera obligatoria y lo es, entre muchas otras cosas, desde que debe
acreditarse su conocimiento a toda persona extranjera que desee opositar a una
plaza estatal (es una lengua impuesta a todos esos chinos, franceses, ingleses,
pero también a los pakistaníes, polacos, rumanos, ucranianos, etc. de los que
parecen olvidarse –igual, como los hablantes de asturiano, no existen en su
mundo elitista y sectario; personas que también tendrían derecho a escoger).
Equiparar de
manera gratuita a los defensores del asturiano con el nacionalismo, supone la
misma falacia (por no decir canallada) que equiparar a cualquier persona
religiosa con un fundamentalista; creer que porque en una escuela en que se enseña
asturiano, se infunde el espíritu nacionalista equivale a igualar, cuando menos,
la afirmación de que en un colegio, por dar religión, se infunde el
fundamentalismo religioso.
Señalar al
asturiano como culpable de los malos resultados PISA y afirmar que el 86% de
quien estudia secundaria no lo cursa, delata que la enseñanza o no del
asturiano no es pertinente en esos resultados.
No. No es del
asturiano en sí de lo que estamos hablando.
Esta campaña
en contra del asturiano proviene de la última de las reformas educativas.
El asturiano
es, pues, un daño colateral. El verdadero motivo que esconden es qué tipo de
enseñanza queremos, ¿pública, concertada, privada? Después de privatizar la
sanidad, el agua, las cajas de ahorros, la electricidad y demás servicios
públicos, ha llegado también a la educación.
El debate del
asturiano, ¿realidad o artificio?
Pongámonos en
antecedentes.
En la antigua
ley educativa la lengua asturiana era de oferta obligatoria y elección
voluntaria. Si una sola persona se matriculaba, al igual que ocurría con la asignatura
de religión, el resto del alumnado debería cursar una hora de estudio sin
contenido curricular para que la elección de cursar estas asignaturas no
supusiese un perjuicio a quien ejerciese este derecho.
Sin ningún
alumno/a cursaba la asignatura de lengua asturiana, podía darse otra (francés,
chino, alemán, cocina…) puesto que no suponía una desventaja con nadie.
Misteriosamente
(ironía modo on), en munchos de los colegios de la concertada, tácitamente, con
la misma discrección con la que se que sistematizan las cuotas voluntarias,
nadie optaba por el asturiano, cursándose (y ofertándose antes incluso de la
matriculación) otra de estas asignaturas.
Con la nueva
ley, religión y asturiano tienen una “asignatura espejo”. Es decir: la oferta
ya no es abierta, sino cerrada. Se sigue teniendo la misma capacidad de
decidir, pero entre religión y valores éticos (pues quien no es religioso se
supone que es un incivilizado), o lengua asturiana y cultura asturiana. No hay
pues, imposición, desde que hay elección. Lo que ocurre es que se les acabó
aquella otra forma tácita de, ¿por qué no decirlo?, impedir a los padres,
madres y o tutores legales que sus hijos pudiesen cursar asturiano en algunos
colegios de la concertada.
No se puede
chupar del bote público del concierto educativo y pretender funciones, poderes y
prebendas de la educación privada. Justamente, quienes no podían elegir (y me
consta que siguen en muchos casos sin poder hacerlo), son muchos de los padres,
madres y/o tutores legales de la enseñanza concertada a los que, tácitamente,
encaminan hacia francés o cultura asturiana.
Sí.
Yo creo que los padres, madres, tutores legales tendríamos que tener la opción
de decidir. Yo quisiera que mi hijo pudiese cursar asignaturas cuya lengua
vehicular fuese el asturiano, como ocurre ahora con el inglés o el castellano.
Discutible o
no, es mi opción como padre.
¿Se respeta?
¿Se me dio la oportunidad de que mi hijo pudiese cursar, siquiera, en educación
infantil la asignatura de asturiano? No.
Personalmente
me gustaría que, además de hablar la lengua de Rosseau o de Voltaire se le
transmitiese el mismo pensamiento lógico y racional.
En una hora
pueden decirle a nuestro alumnado que el humano proviene del mono y en Esta
Hora que viene de Eva y Adán. En una asignatura pueden decirle que hay que
respetar las culturas y la diversidad cultural (no solo la lingüística) y en
otra que todas las creencias (sobre todo las politeístas) están equivocadas,
salvo la católica, apostólica y romana.
Esa libertad
de elegir, cercenada por un Concordato predemocrático con la Santa Sede, que ha
resistido a los embates de todas las reformas educativas, también pondría a la
asignatura de Religión en su lugar.
Una inspección
que velara, no ya por la gratuidad de la enseñanza concertada sino por la
garantía efectiva de elección de los padres en todos los colegios, escuelas e
institutos de las redes concertadas y públicas, ayudarían a testar la realidad.
En esa hora
perdida con esa asignatura espejo (que no es de mi agrado) mi hijo podría
aprovechar para aprender también la lengua de Montesquieu, y hasta su
pensamiento racional. Así podría entender la artificiosidad de este debate,
desmontar los prejuicios y falacias que lo adoban, y las verdaderas razones que
lo mueven.